Riesgo 5: La Muerte Lenta de Nuestro Modo de Vida
Hay un ritmo en Los Realejos, una cadencia que marcan las estaciones y las costumbres. Es el ritmo del agricultor que cuida su huerta, el del pequeño comercio que levanta la persiana cada mañana, el de las familias que salen a pasear al atardecer. Es una forma de vida tranquila, construida sobre el valor de la tierra y la cercanía entre vecinos. Ahora, quieren imponernos un ritmo nuevo: un ritmo metálico, tóxico y ajeno.
El quinto gran riesgo, quizás el más doloroso porque ataca el alma de nuestra comunidad, es la destrucción de nuestro modo de vida. Es una amenaza que no se mide en decibelios ni en partículas por millón, sino en persianas que se cierran para no volver a abrir y en tierras que se dejan de labrar.
El Sabor Amargo del «Progreso»
Pensemos en los pequeños negocios que nos dan identidad. En las casas de turismo rural que ofrecen silencio y aire puro como principal reclamo. ¿Quién va a querer alquilar una casa para «desconectar» y encontrarse con el zumbido de un motor diésel como banda sonora? ¿Qué encanto le quedará a la terraza de un guachinche si el olor a gasoil se mezcla con el del vino y la comida?
Y pensemos en nuestra tierra, en nuestros agricultores. El valor de sus productos no está solo en su calidad, sino en la confianza. ¿Qué confianza nos dará comer las papas, los aguacates o las naranjas que han crecido regados por un aire cargado de contaminantes? La sombra de las centrales creará una mancha invisible en la reputación de todo lo que producimos, un estigma que castigará injustamente el trabajo de nuestra gente.
Cuando el Paseo se Convierte en un Riesgo
Nuestra vida social también se hace en la calle. El paseo del domingo, los niños en bicicleta, las charlas en el banco de la plaza. Todo eso está en peligro. Un entorno percibido como ruidoso, contaminado e industrial no invita a ser vivido. Poco a poco, sin darnos cuenta, dejaremos de salir, buscaremos refugio en casa y perderemos esos espacios de encuentro que tejen la red de una comunidad.
Nos están empujando hacia un modelo de vida más aislado, más pobre en relaciones y más desconfiado de su propio entorno. La calle dejará de ser una extensión de nuestro hogar para convertirse en una simple zona de paso que hay que cruzar lo más rápido posible.
La Etiqueta de «Zona de Sacrificio»
Quizás lo más triste de todo sea la etiqueta que nos colgarán. Dejaremos de ser conocidos por nuestros paisajes, por nuestra gente o por nuestras tradiciones, para convertirnos en «el pueblo de las centrales». Seremos una zona de sacrificio, un lugar marcado en el mapa por la industria contaminante.
Ese estigma es una herida profunda en el orgullo de cualquier comunidad. Afecta a cómo nos vemos a nosotros mismos y a cómo nos ven los demás. Y nos condena a un futuro donde atraer nuevas familias, nuevos proyectos o simplemente mantener a nuestros jóvenes aquí se volverá una tarea titánica.
No solo están atacando nuestros pulmones o nuestros oídos. Están atacando nuestra forma de entender la vida, el valor de nuestro trabajo, la red de nuestros afectos y nuestra identidad. No es solo cemento y cables; es nuestra vida. Y nuestra vida no se negocia.
El Tejido de Nuestra Comunidad
Un barrio es más que casas. Es su gente, sus pequeños negocios, su agricultura. Es una red viva que las centrales amenazan con romper. Haz clic para descubrir cómo.

